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Las alergias son una reacción del sistema inmune a algún agente que normalmente no afectaría al individuo siendo expuesto a ello por inhalación, ingestión o contacto con la piel. Algunos de los efectos de la alergia pueden ser las alergias respiratorias, conjuntivitis, urticaria, anafilaxia y la dermatitis.
En función de su intensidad, podemos hablar de tres cuadros diferentes de alergia respiratoria: la rinitis alérgica, la tos crónica y el asma bronquial. Los síntomas de cada uno de ellos resultan fácilmente identificables.
Provoca estornudos, escurrimiento nasal transparente (mocos), congestión nasal y comezón en la nariz. En la rinitis alérgica siempre hay comezón. Un paciente con mocos, que estornuda y no se rasca la nariz, probablemente tenga un simple resfriado.
No todos los pacientes con tos crónica tienen alergia. Las causas mas comunes son la sinusitis crónica y el reflujo gastroesofágico y la tos se manifiesta como un síntoma secundario. En pacientes lactantes ocasionalmente se trata del primer paso al asma. Al pequeño se le cierran los bronquios y presenta tos seca, pero no llega a ahogarse.
Este cuadro afecta casi al 10% de la población y es la más complicada de las alergias respiratorias: el niño que la padece tiene tos, se ahoga, jadea y respira con silbidos. Cuanto más grave es el asma, más síntomas hay en reposo.
La alergia respiratoria es causada por respirar alérgenos presentes en el medio ambiente.
De los alérgenos respiratorios los más comunes son los ácaros del polvo casero, los pólenes y los hongos de la humedad, en menor frecuencia los síntomas son desencadenados por caspas de animales.
Una vez en contacto con el alérgeno, todo se desencadena casi de forma inmediata: en menos de media hora arrancan los síntomas. Cuando se trata de una alergia producida por ácaros del polvo, lo más común es que se manifieste por la noche. En cambio, cuando viene provocada por el polen, los síntomas suelen notarse más a media tarde o a primera hora de la noche.
Si se trata de una rinitis o un ataque de asma puros (es decir, sin complicaciones añadidas), bastan un par de días, una vez iniciado el tratamiento, para que los síntomas desaparezcan.
Si, en cambio, se produce una infección respiratoria adicional, el proceso se puede alargar una semana o más.